En menos de un mes me ha tocado
pasar por experiencias bastante desagradables como consumidor de distintos
bienes y servicios con empresas de relativo “buen” nombre en el país y el
motivo de este texto es el de procurar hacer entender, tanto a las empresas
como a otros que han pasado por situaciones similares a la mía, que los
consumidores somos una fuerza importante y determinante en los mercados, pero
que para actuar y exigir mejoras en los productos y servicios que consumimos
debemos estar unidos.
El martes 1° de septiembre fui
con unos amigos al Cinex del Centro Comercial El Recreo con la intención de
disfrutar de la función de Los 4 fantásticos en la sala 4DX de ese complejo.
Cuál es nuestra sorpresa cuando no hay nadie atendiendo en la taquilla
destinada exclusivamente a la venta de boletos para este servicio. Al
dirigirnos a otra de las taquillas de venta, todas con infames carteles donde
se leía Solo efectivo, la señorita, chocante y repelente cual empleada de
cualquier ministerio u organismo público de este país, nos informa que no había
puntos de venta funcionando. En un país donde los cajeros automáticos son
capaces de escupirte mil seiscientos bolívares entre billetes de 50 y 20
bolívares, ¿Cinex pretende que los consumidores tengamos las carteras del
tamaño de un kilogramo de harina de maíz para pagar las entradas y posiblemente
las cotufas?
Otro caso reciente me ocurrió con
Inter, empresa de televisión por suscripción y proveedora de servicios de
internet para el hogar. Estos señores decidieron no emitir más facturas en
físico, imagino que por temas de papel o tinta, o ambos, y los inconvenientes,
como era de esperarse llegaron. Cuando mi padre fue a pagar recientemente, le
informaron que no le podían recibir el pago porque tenía una factura vencida. ¿Una
factura vencida? Pues sí. Mi padre no tenía forma de demostrar que él había
cancelado el servicio ya que no tenía factura física y el único comprobante
“válido” de pago era un mensaje de texto que había llegado a mi teléfono
celular en el que se leía claramente que Inter había recibido el pago el día x
a la hora y. Tuve que ir yo hasta Charallave, perder una mañana de trabajo para
demostrarles a estos señores que mi padre tenía la razón. ¿Inter me va a pagar
el tiempo perdido? Obvio, no. Pero eso no fue todo. Hace aproximadamente un mes
se hizo la solicitud de un nuevo módem porque el que teníamos se dañó. Ese día
me enteré que la orden de reconexión nunca se había cargado en el sistema, es
decir, el módem nos lo iban a llevar el mismo día que Hugo resucite de entre
los muertos. Aquí debo hacer un inciso. La atención del personal de la oficina
de Inter en Charallave es muy buena y la señorita que me atendió estuvo siempre
dispuesta a ayudarme e incluso se disculpó por los inconvenientes causados.
El mismo día del episodio de
Cinex y ante mi negativa casi iracunda de hacer lo que ellos querían, es decir,
que pagara en efectivo, terminamos comiendo helados. La experiencia tampoco fue
muy grata en Yogen Fruz. Lo primero que nos indicaron es que aparte de que no
había punto de venta, lo único que había disponible era lo que estaba exhibido en
la nevera. Lo que estaba en el material publicitario, completo, no existe.
Cuando pregunté por qué no había punto de venta, la respuesta, en tono casi de
regaño, fue que había una falla en el centro comercial.
Como consumidor puedo entender
que las empresas, todas, sientan los coletazos de la crisis que vive el país.
Puedo hasta entender que te den un cuarto de servilleta o que te acompañen los
combos con las benditas yucas en sustitución de las gloriosas papas imperiales,
pero lo que me niego a atender y menos a aceptar es que las empresas abusen de
su poder, cuando es bien sabido que los consumidores también lo tenemos. No
puede ser que las empresas no inviertan en formación para su personal de
atención al cliente o que permitan que atropellen a los clientes en sus
narices. ¿Quién supervisa a la infame señorita de la taquilla de Cinex? Los
consumidores por separado no somos nada, pero unidos podemos poner de rodilla a
cualquier empresa; sin embargo, para defender nuestros derechos como
consumidores somos tan malos como en la defensa de nuestros derechos políticos
y económicos.
Al cierre de esta nota me tropecé
en Instagram con un episodio narrado por el actor Hector Manrique que da cuenta
de cómo nos atropellan en todo lugar y a toda hora. Ocurrió en el Farmatodo de
Los Palos Grandes. ¿La victima? Una niña de 13 años. ¿La victimaria? La cajera,
quien se negaba a venderle toallas sanitarias hasta que la adolescente, imagino
que indignada y vejada, decidió mostrarle a la hija de su gran madre el
pantalón ensangrentado en la entrepierna. Aplaudo a Hector Manrique por
compartir la experiencia, pero imagino que el resto de los que allí estaban,
terminado el show creado por la indolencia, siguieron haciendo la cola con sus
dos champús en mano alimentando las arcas de quienes se han convertido en
cómplices de tantos vejámenes. El día que aprendamos a defender a los demás
consumidores, a unirnos a su sufrimiento, a dejar los productos en los estantes
y dejar de comprar en masa en apoyo a alguien a quien están humillando, ese día
habremos avanzado como sociedad y posiblemente estaremos más cerca de ser un
mejor país. Las empresas no deben olvidar que ellos son solo una cara del juego
económico, la de la oferta. Los consumidores somos el lado de la demanda y sin
nosotros, ¿a quién van a venderle?
No te quedes callado y si crees
que tienes una historia que compartir, te invito a que te tomes un par de
minutos para hacerlo. Dejar en evidencia al abusador es el primer paso en estos
casos.
@GonzalezGDaniel